Ella



 Mucho no queda para decir. Era ella. Y sólo ella. Su forma de ver la vida, sus ojos cansados y su sonrisa falsa cuando alguien le pide una foto. Ella, la chica que hablaba bajito, esperando tal vez que sus comentarios sin filtros no se escuchen. Ella, la que clava la mirada cuando algo le interesa y sonríe en su inconsciente, porque le da ganas de sonreír simplemente. Ella, la que le gusta despertarse a la mañana... pero sólo si se despierta por su cuenta, de lo contrario, mejor no hablarle por un rato. Ella, que se queda mirando un punto fijo en la pared hundida en sus pensamientos, sin percatarse que alguien la puede estar observando en esa especie de hipnosis. Ella, la que con un comentario podía abrazarte sin tocarte, y a la vez dejarte helado, inmóvil, como Medusa, aquella mujer mortal. 

Ella, la que no le gusta peinarse, y estaría todo el día con el pelo suelto en medio de enredos que el viento provoca en su cabeza. Ella, la de ojos marrones, que se le cristalizan cuando suelta una carcajada de la nada, ante un chiste malo. Ella, la de ojos melancólicos que se le irritan por llorar toda la noche, y no se acompleja por eso, sabe que llorar hace bien. Ella, la chica realista que le gusta tener los pies sobre la tierra, que no pretende vivir soñando porque eso le duele. Ella, la de muñecas chiquitas, que se le doblan con facilidad pareciendo una contorsionista de esos circos que ya no se ven. Ella, la de estornudos repentinos, con un sonido muy particular que a cualquiera le daría gracia. Ella, la que se pasa largos minutos admirando la luna, y le saca fotografías ciento de veces con sus pupilas. Ella, la que no se puede definir, porque sabía que eso era limitarse a algo, y ella no era de esas personas.

Ella, la contemporánea de la música, la que escucha jazz para ducharse, blues para escribir sus penas, y rock para subir su propia dopamina. Ella, la que detesta pedir ayuda, la que no busca a las personas y deja que la encuentren sollozando sola en una esquina. Ella, la que lleva tatuada miles de cicatrices sobre su piel, y en cada de una de ellas mil batallas. Ella la de dentadura fuerte, teclas de piano en cada sonrisa. Ella, la que odia los flashes de la cámara, y no se permite figurar en ningún lente. Ella la del aura blanca, la que canaliza la energía de todos y no tiene drama en consentir a los que la rodean. Ella, que se refugia en la cama cuando la agobian los problemas, y es poseída por todos sus demonios y sentimientos replegados. Ella, la de carácter decidido cuando se siente invadida al decirle qué hacer.

Ella, la que no le gustan las promesas, porque sabe que la mayoría no sabe cumplir. Ella, la que no aparenta ser buena, porque sabe que cuando la gente te ve buena después pretende que cumplas sus expectativas. Ella, la que vomita todo lo que siente un domingo a la tarde, con melancolía en su voz. Ella, la que se anima a quemarse cuando pone las manos en el fuego por alguien. Ella, la que se observa detenidamente frente al espejo y hace mil caras, siendo ella. Ella, la de comentarios extraños en los momentos más oportunos, llevándose la atención del ambiente. Ella, la mediadora de todas las peleas, porque es mas fuerte que ella el arreglar cosas. Ella, la morena de baja estatura que no grita en las discusiones, simplemente se queda contemplando la guerra entre su cordura y locura. Ella, la que lleva una procesión por dentro y en silencio mastica y traga. Así era ella, esa flor que florece en una tierra ya arrasada. Ella, la de belleza extraña, la que produce hermosura al escucharla y dialogar dilemas que solo ella podía tener en su mente. Ella, que su atractivo no era lo que veías, sino lo que transmite, su magia propia. Se podría decir que ella es todo un huracán, y a todos nos gusta un poco los desastres; no podemos negar que lo que implica un desafío, es más atractivo... y ella era todo un desafío a descubrir. 


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