Ahogada
Ahogada. Así me siento. Sumergida en un mar completamente de desconsuelo y terror. ¿Se puede una persona, desarmar un poco más, día a día? La respuesta, los sorprenderá. Bendita mente masoquista que se aferra a ideales que no puedo tocar, a personas que ya no están, a sueños que lejos me quedan, a lugares que de sus direcciones me olvidé, de voces que ya no reconozco… de momentos, que se evaporaron en cada suspiro de una madrugada llena de insomnio. Otra noche más donde mi almohada es testigo de mis penas, de la oscuridad que hay en mis ojos, de frases que no dije por miedo.
Soy de las
que se aleja si algo molesta, y el otro no se entera. Soy de las que pide
perdón por todo. Soy de las que pide permiso hasta para pensar. Soy de las que
se sienten culpable por un error que no cometió. Soy de las que empatiza tanto,
que al final del día termina totalmente agobiada. Soy de las que llora sin
problema, sin pudor… pero debajo de las sabanas, con una canción triste de
fondo. Soy de las que tiene heridas eternas que la vida le dejó y aún no puede
sanar, porque se empeña en recordarla en cada día gris, en cada película de
drama, en cada poesía, en cada mirada frustrante frente al espejo. Soy de las
que se quiebra con ciertas conversaciones, la del nudo en la garganta, la de la
mirada pérdida y el nerviosismo ante ciertas preguntas. Soy de las que no
supera haber perdido tanto en tan poco tiempo.
A veces
sólo soy un manojo de inseguridades, que me dura horas, días o semanas. A veces
sólo quiero vestirme con una gigante frazada y esconderme de todas las miradas
que en algún momento se clavaron en mí, como pequeños alfileres pinchando un
muñeco vudú. A veces sólo me visto de un manto de vergüenza y complejos, y no
puedo verme ante ningún reflejo en la casa, tan simple como eso. Y no necesito
palabras bonitas para que el ánimo se me suba, no necesito una insistencia
sobre algo vacío; a veces sólo necesito un abrazo y una buena compañía; o, todo
lo contrario, necesito paz mental, y corro hacia la dirección contraria de
quién intenta ayudarme, y me escabullo entre en mi propia ayuda, que la
conozco, y sé que en días anteriores me ha servido.
Me cuesta
aceptar ciertas verdades, y en esas verdades, ciertas despedidas. Me cuesta
aceptar el final del cuento. Me cuesta ser siempre la que pone el oído y se
desgarra poco a poco, con la frialdad que me caracteriza. Me cuesta dar opinión
sobre “la vida” cuando la mía es tan diferente a la de todos, y no, no es
victimización, es realidad, y en esa realidad nadie vive. Quiero gritar, quiero
gritarles que yo también quiero y deseo como ellos, que lo merezco, pero ni
siquiera tengo voz para eso. Las paredes se transformaron en una especie de
filmografía sin fin, donde los recuerdos me atosigan y no es una película
agradable, es un film de terror y la protagonista soy yo. No sé discutir, ya se
los advertí. Yo grito. Yo lloro. Yo escupo lo que mi mente tuvo escondiendo por
mucho tiempo. Yo lastimo. Yo no soy quién cree la gente conocer. Pero siempre
busco la forma de remediar todo, de sanar ese camino que hice trizas ¿Por qué?
Porque por orgullo se pierde algo valioso, como el tiempo. ¿Y que será de mi
cuando pierda a las personas mas importante en mi vida? La vida es demasiado corta como para perdernos en el universo del orgullo, al final del día no nos servirá para nada. Me sostengo cuerda por
un invisible hilo debajo de mis pies, jugando al equilibrista… ¿Y si los pierdo
a ellos? Perdería yo. Y yo no estoy dispuesta a perder más. No otra vez.
Hay días extraños, en los que quiero de vuelta mi niñez. Dónde mi mente no estaba siendo juzgada por la sociedad, donde los estereotipos escapaban de las hamacas de los parques a los cuales iba, donde mi mamá me retaba por ensuciarme, y no por estar encerrada llorando días enteros. Hay días, donde extraño el no saber que es necesitar estabilidad emocional… suena tan lejano eso, y tan complejo a la vez. Hay días en que quisiera borrar por completo mi memoria y empezar a escribir mi historia de cero, pero no se puede, miles de páginas ya están escritas y manchadas. Extraño una versión mía, que aún estaba en preparación, extraño mi mundo pequeño y risueño. Extraño no tener que encajar, extraño lo desconocido, extraño las primeras caídas de la vida. Siento pánico por los cambios, por salir de mi zona de confort, por lo desconocido y aventurero. Ahora, soy solo un cuerpo lleno de marcas, que de tanto caerse, ya ni siquiera hace el esfuerzo por levantarse. Así de ahogada me siento.
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