Colorín colorado
Absolutamente en vilo. Así me tenes. Esperando
una señal del otro lado de la ciudad. Ya ni siquiera sé qué es lo que espero de
vos; si un mensaje, una llamada, un compromiso con la vida o simplemente que me
pidas por favor que te deje de pensar. ¿Qué es lo que tenes? ¿Por qué, a la
mitad del día, sin razón alguna te pienso y mi cuerpo se tensa? Siento que
todos mis sentidos agonizan con tu partida, y no es justo. Vos pusiste los
papeles sobre la mesa y yo decidí firmar ese contrato; lo que no sabía, era que
tus letras chicas implicaban este momento.
Miraste para el costado demasiado rápido, te
viste acorralado y dejaste que el miedo nos ganará a los dos. No peleamos ni
por un segundo, por todo lo que sentíamos. Sin piedad, el destino nos comió las
entrañas y deshizo en segundos todo lo que habíamos construido. Una vez me
dijiste que eras de las personas que peleaba por todo; que lo difícil se vuelve
atractivo, y te creí. Pero al parecer mi cariño fue demasiado fácil para vos,
porque hoy no te hayas a mi lado, sólo vagas en mis pensamientos.
Nos despedimos un día, y ambos, entendimos que
no era una despedida de película; rodeada de buenos planos y una melodía
melancólica de fondo. Pero al parecer, tuvimos todo eso, y más. Porque hoy ni
siquiera sabemos del otro; no hay dialogo, no hay mirada, no hay interés. Dos
simples desconocidos. Y eso que nunca estuviste de acuerdo con las personas que
se alejan en su totalidad… pero acá estamos, vos viviendo tu vida, sin siquiera
mencionarme; y yo del otro lado de una pantalla, pensando en vos una vez más.
Que absurda manera tiene el querer en demostrar
ciertas acciones. Promesas olvidadas, palabras sueltas, acciones poco
caballerosas, mimos inexistentes. Cuando acepté tu rosa, me la diste llena de
espinas y me dijiste “Es para que te acostumbres al dolor” y
sonreí por la poca delicadeza que había en ese regalo. Hoy me doy cuenta de
que, en realidad, me estabas advirtiendo de vos, de cuanto me ibas a doler. Supongo
que tuve muchas señales en frente, pero como todos nos volvemos ciegos en el
proceso de la dependencia emocional… lo pude ver un poco tarde. Por fin la
ilusión, había tomado un atajo en mi camino.
Pero tengo que contarte algo, este cuento se
terminó. Vos, mi sapo, me convertiste en reina, no en princesa. Porque me di
cuenta de lo que valgo, tarde sí, pero ahora lo sé. Me di cuenta de todo lo que
di, siempre fue desproporcionado con vos. Crucé de manera veloz la línea
del amor, al desamor. Y eso lo lograste vos querido sapo. Me tragué sonrisas
falsas, llantos, reclamos y pesadillas con vista al futuro. No te das una idea
lo que duele despertar ¿Cómo no iba a doler? Si estaba cegada. Pero cuando te
reinventas después de los días lluviosos, no hay nada mejor que eso. Hoy veo,
con lo poco que me diste, todo lo que te faltó cubrir el bache entre lo que vos
podías, y yo necesitaba. Me pusiste arriba de un pantano y simplemente me
observabas, te gustaba tenerme ahí. Si duele, es porque me di cuenta que mi
amor no fue valorado por lo que es.
Hoy siento paz y libertad; ya vestida de reina,
miro hacia atrás y puedo ver la experiencia que fuiste. Hoy siento la libertad
de poder mirar al príncipe y darme cuenta que tiene olor a sapo, que equivale a
saber que no sólo me diste lo que yo no valía, sino lo que un sapo puede ofrecer.
Hoy te hago una reverencia a vos; cambié las lágrimas por un gran vestido
elegante, para desenterrarme del pantano, por mí, no por vos. Sonrío y te
agradezco; gracias a usted señor sapo, hoy sé lo que valgo y merezco. El final
de nuestro cuento me demostró, que, si me hace mal, es porque quiero que me
quieran mejor. ¿Y sabe qué? Ahora que sé que me lo merezco, no quiero nunca más
ese final. Ya caducó. Mucho gusto haberlo conocido, un placer compartir el
rato… y lustre la corona, que al parecer se le ensució cuando bajó su cabeza,
al volver a buscarme. Colorín colorado… este cuento se ha acabado.
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